Conozco a un hombre que baila. De entre todas las músicas para bailar, eligió la de sus raíces.
Cuando estamos en la casa de la alegría y él baila, yo siempre suspendo lo que estoy haciendo. Me asomo por el barandal hacia el salón con espejos para ver cómo recita trabalenguas con el zapateado. Reza. Da clases de historia, cuenta cuentos, sincretiza, respira con los músculos. Quiero mirar, otra vez, cómo es orquesta sinfónica y cuidador del fuego ceremonial y paseo por la alameda. Y para presenciar, inagotable, cómo parece que un hilo de plata anclado en el puño de tierra se eleva por su espalda, hasta el sol. Cuando retomo lo que suspendí, después de verlo, nunca soy la misma. Me quedo en un estado gratísimo, toda guapachosa. Soy México. Y floto.
Conozcoadmiro a un hombre que baila. Le solicito que baile cada uno de los días de su vida y de la nuestra. La suya es una danza que sabe, de esas que dejan mejor al mundo. De las que hacen tanta falta.
Para Marco A. Nava.
20 febrero, 2014 en 16:30
😀
24 febrero, 2014 en 12:57
Que padre la gente que baila… yo no sé. Cuando es necesario hago el contorneo básico para salir al paso.
Que la guapachosidad de acompañe =)
24 febrero, 2014 en 12:58
*te
16 marzo, 2014 en 18:45
Yo también admiro a los que bailar, me siento todoguspachoso (así junto) cuando los veo y trato de bailar aunque hace tiempo no lo hago. Me lo recordaste. Abrazo.