Cómo citar una bibliografía, la teoría del día-logos según Martín Buber, sociología en los medios de Latinoamérica, Rasputín, la historia del bolero en la XEW. Según yo, tenía cierta experiencia hablando de temas diversos. Hasta que me tocó hacer teatro. Y hablar de mi vagina. En la misma ocasión.
Esperé mi turno en las cortinas laterales. Se apagó la luz. Salió la actriz anterior a mí. El corazón se me salió rumbo al banco donde leería mi monólogo. Entré al escenario, todavía a oscuras. La luz me dio la señal. Empecé a hablar pero no tenía encendido el micrófono. Mi amigo Marco -a quien le dediqué Hilo de Plata- entró a prender el interruptor debajo de mi rebozo. Me puso la mano en el hombro, un lujo, después de todo el apoyo que me había dado horas, minutos antes. Respiré. Yo sería la voz del testimonio de una mujer que asistía al Taller de la Vagina porque cree haber perdido su clítoris. Solo tenía que leer sin perder la dicción, sostener las diez tarjetas en orden numérico sin taparme la cara, evitar de tropezarme con el dobladillo del pantalón, no caerme del banco, mirar al punto sobre el balcón y
Recomencé: “Mi vagina es un caracol…”
Sentía cómo respiraba el público y cómo depositaba preguntas sobre mí. ¿De quiénes eran? ¿Mías? ¿Suyas? Una interesante, por ejemplo, ¿qué hacía yo, Locadelamaceta, ahí trepada, hablando de vaginas?
“Me sorprendieron las capas dentro de capas que se abrían en más capas”
Los espectadores no sabían que yo terminaría terminar ese monólogo representando un orgasmo.
“Tenía que deshacerme de la devastadora idea de que alguien vendría a guiar mi vida”
La dificultad de la escena residía en que, para hacer el orgasmo, yo debía dejar de ser yo miranda-michelle-deschavetada-con toda mi historia- para ser esa mujer para que ella fuera a través de mí, que somos todas. Pero no las que callamos, sino las que gemimos y nos gusta, aunque nos hayan enseñado lo contrario. Ajá, facilísimo.
“No tienes que encontrarlo, tienes que serlo”
Ningún ensayo, ninguna sesión de análisis de textos me pudieron haber preparado para lo que siguió: quemar mis naves. Una fractura con el eslabón que me unía con mi pasado. Con relacionar lo femenino con el pudor, con mandar a lo privado todo lo que duele o asusta. Con ser mujer porque callo. Y callar por ser mujer y, por lo tanto, con buscar la respuesta a mí, a tientas, como a un anillo de esmeraldas entre el lodo.
“El momento que más temía y esperaba, por fin llegó…”
Igual que ella, cerré los ojos. Si se me caían las tarjetas, si me tropezaba, si mi familia me dejaba de querer por el mal gusto de asumir mi sexualidad gozosa en un escenario, si decidía no volver a proteger ninguna situación de abuso, si hacía el orgasmo más ridículo de la historia del teatro, o el más convincente, ¿qué? Gemí con todito mi ser. Hablé desde la vagina hasta el aura, pasando por el diafragma hacia la garganta.
“El estremecimiento reveló un horizonte ancestral de luz y silencio, descubriendo colores, música,inocencia y anhelo. Y me sentí conectada con un vínculo poderoso…”
En ese monólogo se me fue la vida entera. Me divertí. Amé. Reí. Se me quebró la voz. Transpiré. Seduje. Recibí preguntas que no conocía. Dejé ir otras que me estorbaban, por ejemplo, ¿qué hacía ahí, hablando de vaginas?
“Mi vagina es un tulipán. Un destino: estoy llegando al mismo tiempo que me voy”.
Terminé mi intervención. Salí del escenario, por la derecha. Caminé a tientas por el telón lateral. Me apagaron el micrófono. Marco y yo nos abrazamos. Me quité los tacones y tomé agua. En mi mano apareció una alhaja verde, brillantísima.
9 marzo, 2014 en 21:17
Me encantó, me encantó…
Enorme!
Felicidades por descubrirte preciosa como esmeralda.
30 mayo, 2014 en 12:22
Gracias por leer, querida Quetza. Todas somos joyas, cada quien con su brillo.
10 marzo, 2014 en 07:07
Muy fácil de escribirlo y tan difícil el momento. Hablar de vaginas, de tu propia vagina enfrente de tu familia, presentar un orgasmo y más aún hacerlo tan espectacular como lo hiciste. Mis respetos desde el fondo de mi corazón mis más sinceros respetos.
30 mayo, 2014 en 12:22
Y gracias a tí, Alis, por haber estado ahi. Para que haya teatro se requiere de la complicidad entre actor/actriz y público.
10 marzo, 2014 en 08:57
Te felicito, P.T. Ojalá hubiera podido estar ahí para disfrutarte. Un abrazo fuerte.
30 mayo, 2014 en 12:23
Gracias, P.T. ¡Digo lo mismo de los conciertos de La Super Cocina!
10 marzo, 2014 en 17:35
Como siempre me sorprendes, me inspiras, me enseñas… un abrazo enorme amiga valiente, amiga congruente, amiga auténtica, amiga que da pasos para abrirnos paso a las demás. Eres mi maestra en más sentidos de los que te imaginas. Te mando un cariñoso saludo desde el fondo de mi corazón.
30 mayo, 2014 en 12:23
Gracias, amiga. Creo que serías una excelente aportación a una puesta en escena de Los Monólogos.
16 marzo, 2014 en 18:38
Me gusta tu relato, me lama la atención tu uso de los signos de puntuación y como unes algunas palabras para darles otro sentido. Te empiezo a leer, creo que es tu estilo, seguiré leyéndote supongo. Te mando un abrazo, me hubiera gustado escuchar ese gemido o leerlo al menos.
30 mayo, 2014 en 12:24
Ah, los signos de puntuación. Igual que los gemidos: pausas entre sentir y significar. Gracias por leer, Diez.