Esa mañana y no en otro inicio, justo cuando había soñado que me amaban y ese amor era de filigrana: al detalle, entramado con lupa, sin partes parchadas ni luego zurcidas para que aguantara más camino; esa mañana bauticé al sueño. Lo incliné sobre la fuente donde hacía muchos textos atrás, el agua había cantado que.no.se.mojen.los.cadáveres.que.no.se.mojen, y le di el nombre de Unamor Hechoamano y lo ungí con aceite de lavanda para alejar las picaduras de la patanería.
(Ocurrió hace tanto tiempo que ya los inicios se brotaron, crecieron, sacaron su credencial para votar y se volvieron una fraternidad de capítulos potenciales con bigote y a las mañanas se les contorneó el busto y las caderas y hasta se ponen rímel en el tercer ojo frente al amanecer, anhelando un café.)
Justo entonces, ella reclamó y declamó que me quedara. Es elocuente, persuade con calidez y, lo que más me sorprende es que no le hagan falta palabras -son de cartón, las palabras-, le basta ser horizonte y abrazo. Y Y yo le hice caso a ella, mi cama. Porque para soñar y para renacer, tengo que estar bien descansada de mis expectativas.
16 marzo, 2014 en 17:07
Woooww…inspirador. Gracias, has hecho de esta tarde de lluvia Bogotana algo lindo. Abrazos fraternos.
28 abril, 2014 en 14:19
¡Saludos hasta Bogotá!
2 mayo, 2014 en 21:54
Una lluvia Bogotana es como un nudo inmenso en la garganta, como un abrazo al alma pero también una suerte de dentellada sin compasión. Me gusta mucho lo que escribes. Recibo ese abrazo.
6 abril, 2014 en 09:13
Lo que más extraño de mi época de trabajador independiente es la relación con la recámara y la cocina. Eso de dormir y comer cuando lo necesitas es delicioso.
28 abril, 2014 en 14:19
Un lujo que el mundo corporativo jamás conocerá…