Yo vendía rebozos traídos de Tlaxcala. La mujer eligió el verde con rayas plateadas y carmines. El esposo me dio los billetes. La mujer se puso el rebozo sobre los hombros. El esposo extrajo de su cartera una hoja tamaño esquela, doblada varias veces, y empezó a leerle un poema que había escrito pensando en ella. Nunca lucen tan bellos los rebozos como cuando se adornan con un sonrojo y un vestido color de campo.
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Yo subía la escalera de un edificio de apartamentos. El anfitrión, conduciéndome hacia su casa, me hizo saber quién más estaría en la comida. El nombre me remitió a mi overol, a mis gises de colores y al primer grupo al que enseñé Filosofía de la Comunicación. El abrazo entre exmaestra y exalumno es un cántaro de estampas del ir siendo; qué jóvenes éramos, allá en el 2000. Somos más jóvenes ahora, corregimos: ahora somos pregunta, temario y ruta. Abrazofoto.
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Yo la vi, unas horas antes de la función, renegando, hallando todos los argumentos a su alcance para demostrar que no podía hacerlo. Sobre la mesa del comedor, la vi resignada, haciendo pactos con la mnemotecnia y los tonos, ensayando su libreto, apropiándose del personaje. Y dialogando con la incertidumbre, con todos los finales de catástrofe. En su intervención, la vi desenvolverse en la escena, como si ahí mismo la hubiera parido. En el cierre, la vi recibir el aplauso que el público le otorgaba en representación de ella misma. Al final, la vi renacer cuando volvió a mí, maquillada y definitiva. Mis dos hijas han pasado por este proceso, en contextos y momentos diferentes; dice mi amiga queridísima que no hay nada más formativo que hacer teatro. Tiene toda la razón.
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Fue un buen fin de semana.
6 abril, 2014 en 09:08
Yo era tan malo con los diálogos y tan bueno con las expresiones que en todos mis cursos de teatro interprete obras de mímica.
28 abril, 2014 en 14:18
jajajaja. Hluot “Marceau” Firthunands.