Porta una corona, pero es de izquierda. Le consta que hay lenguas en movimiento. Ante el asombro, se asienta hasta atrás y lejos de las luces. Duerme arrullada por una campanilla. Parece un taburete que invita al descanso pero no: tiene años dándome lata porque es una molona.
La han cubierto como camisas de fuerza color plateado, en amalgama de anestesias y médicos. ¡Qué le duraron! Se fragmentó, la muy oronda, antes de echarse a correr en grietas; los detectives hallaron algunas pistas, todas relacionadas con cuánto dolía desmenuzar lo que hubiera. Se rebeló ante la anestesia, el martillo, el taladro y las agujas, impidió que llegaran hasta el fondo de la cuestión. Cuatro años después, dio su golpe maestro.
Hoy la vi en una radiografía. Muela molona, incomprendida, con una endodoncia mal hecha y una infección que se infiltró hasta mi quijada, causante de los dolores de cuello y maxilar que me han agobiado desde hace varias semanas. Muela protagonista de varios de mis escritos, pronto redactaré su epitafio. Es insalvable.
Tengo dos opciones: construir un puente o reemplazar el vacío. Confío en que estaré bien, es una experiencia que pertenece al catálogo de estar viva. Pero no me pasa desapercibido que el desenlace post-muela se oriente a que nada en el cuerpo es solo del cuerpo. ¿Cómo extraer lo que duele hasta la pulpa donde nacen y se trituran los significados?
21 junio, 2014 en 10:02
Mi historia dental es similar: desde malos médicos y peores curaciones y hasta dientes fracturados por mordidas hambrientas.
Sobre los significados y su extracción hasta la pulpa yo he recurrido a otro médico: un siquiatra con quien he analizado mis palabras, mi historia, mis relaciones, mis defectos y virtudes. Es un proceso más largo que el uso de braquets pero más satisfactorio que una sonrisa de modelo.
9 agosto, 2014 en 17:28
Definitivamente la relación entre los dientes y las emociones es para dejar la boca abierta.