Consulta el calendario en el petate de la antepasada más encorvadita. Hincha las puertas, las ventanas y los pasillos. Enciende el horno, prepara la mesa y un lugar. Nadie llega. -La semilla cayó en otro surco. Es el volado de: mosaico, piel o cobija-
A pesar de los pies hacia dentro y de las manos de plexo sin ganas de sol, que nada sea voluntario y se llore de oído, se enfurezca de deseo, solicitemos garras y arrullos, se antoje la sal contra la sed; son bellas las lunas delineadas, fértiles de un duelo que mana hacia la Tierra. No importa en qué posición me encuentre, qué tan generosa fue la mesa que puse, a cuántos grados hirvió el horno, cuál es mi apellido, el número de mi casa: sangro con todo mi ser; a veces, se me va la vida en ello. Sangro así, en un desgarre que se alarga hasta donde los bordes empiezan, terminan y vuelven a empezar. Me voy (de)sangrando, pero no me muero.
Dice la tele que es un líquido azul, hecho en un laboratorio. Pasan las décadas y sigo insistiendo que es un goteo carmín, tiñéndolo de asombro. Yo llego y me basto. Esa es mi simiente.
19 septiembre, 2014 en 15:23
Por más que la mercadotecnia quiera disfrazarlo, el origen de la vida siempre será sangriento. Podemos lavar, perfumar o coagular para no ver, oler o sentir, pero siempre necesitaremos sangre para nacer. Es parte de nuestra humanidad.