Tres vueltas le doy al asunto; desmenuzo, incorporo, y cuando aparece la romería en el ruedo del hervor, me voy. Despego, me evaporo. Ese paseo me sabe a casita en ruinas, a río de gruta. A sudor. A piano. A sudor, pianísimo. A empedrado y malabares, a vestido que es capa. Por equipaje, llevo una cuchara de madera; por si me encuentro otros momentos dentro de los momentos recordados, para las conservas.
Me basta una pizca de ese polvo que guardo en un frasco en mi alacena junto a la estufa. Cuando vuelvo, huelo a lo que no sé pero me fascina.
Viajo en comino.
13 enero, 2015 en 10:53
Quisiera que los olores de mi infancia se pudieran guardar. Pero ¿cómo guardas el olor de un pastel o de una pasta?
Recuerdo perfectamente el olor de las mermeladas recién hechas y de los pays recién horneados, pero pertenecen al reino del arte efímero.