Al ras del suelo, pacto con mi pié derecho: anda, inténtalo.
El pié dice que no, que yo ya tengo todos mi cuentitos bien delineados, intentarlo va en contra de mi marca personal; ya tengo suficiente con preguntarme cuál es mi lugar. Y encima ahora, ¿el riesgo de tropezar? ¿Y si pierdo el sitio que ocupo?
Insisto, anda. A regañaempeine, cruza la línea de las plataformas. No tarda el vértigo. Y tengo que elegir, siempre elegir, he de elegir, qué hago con el otro pié, el izquierdo. ¿Qué sabe que no sepa, acerca mis contradicciones? ¿Qué le cuento, al siniestro, de mis lados oscuros? En el umbral de mi, se me adelanta. Estoy parada en la orilla de mí misma, y me gusta. Hay mucho de elevación y vuelo de agudezas en esta decisión, me viene bien. No hay conflicto de intereses, al contrario: los amplío. Confirmo: mi lugar es donde quiero.
El reto seguirá siendo escribir descalza. Y con los tacones de quince centímetros que me acabo de comprar.
13 marzo, 2015 en 21:44
Quince centímetros…
Eso no lo alcanzo ni con botas vaqueras. Supongo que, el día que te vea, tendré que hacerme a la idea de voltear hacia arriba.
13 abril, 2015 en 20:51
Están tan altos que hasta hace otro clima, jajaja.