Desayuné bien, acoto. De manera que, así de entrada, mi acto no tenía mucha justificación, salvo que eran las once de la mañana y esa hora siempre tomo un café. La oficina estaba tranquila; una compañera, un compañero, la jefa en camino porque tendría una junta con un funcionario del gobierno. Ya tenía mi café en el termo, solo me hacía falta el panquecito que había empacado en la casa. Lo desenvolví de la servilleta, lo mordí. Oí un ruido a unos metros de mi. ¡Chin! alguien viene. En vez de apurar el paso hacia mi lugar o de avispar los tímpanos, reaccioné hábilmente: en el mismo segundo me quedé quieta y me zampé el panqué.
Tocaron a la puerta. Calculé que si mis pasos y mi maxilar se sincronizaban, para cuando atravesara el pasillo, podría abrir sin comida en la boca. Mi horror comenzó cuando volvieron a tocar, yo había caminado catorce pasos con su respectivo masticar y el bolo alimenticio no daba muestras de disminuir. Mi pericia fue memorable: abrí la puerta y, con los cachetes inflados, intenté pronunciar «Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?» pero solo me salieron unos sonidos que provenían de mi nariz y de mi epiglotis mientras me daba cuenta que la persona que tenía enfrente era el gobernador, que venía a la junta con mi jefa.
El gobernador me saludó, me preguntó si mi jefa ya había llegado. Extendí la mano, sonreí en silencio, negué con la cabeza. Como el gobernador es un hombre sin complicaciones, ahí mismo en el umbral, empezó a hacerme plática. Mastica, Miranda, Mastica. Y, debajo del inglés sureño de mi interlocutor, yo escuchaba a mi mamá insistirme en que acábate toda la comida, y yo repelar: es que la carne tiene nervio. Pues ándale. Y ese dale que dale de la infancia, de esos bocados donde uno acababa mostrando el nudo del bistec; una calle cerrada. El gobernador continuaba su monólogo. Yo estaba engarrotada y sin poder emitir el más universal de todos los mjms. Aproveché que -me han dicho- gesticulo mucho al hablar. El hombre no me conocía, pero supuse que se vería natural que yo asintiera con el ceño y pelara los ojos, a modo de retroalimentación a su plática. Yo no sabía que mi nuca tuviera tanta capacidad de diálogo. En el inter, por más que mastiqué, casualísima o descarada, seguía con las mejillas atiborradas de harina integral y pasas, picando piedra dentro de mi boca, sin avanzar ni un milimetro en el a ver a qué horas me termino este panqué infinito.
Mi compañera de trabajo escuchó voces y fue a ver qué ocurría. Cuando me vio como ardilla sordomuda, una caricatura de cuello y ojos, y reconoció al gobernador, lo entretuvo en lo que yo me hacía escasa. Eso sí, como pude, pedí permiso para retirarme; en detrimento de mi brillo en sociedad, mi «con permiso» se oyó como pujido. Me encerré en el baño. Mastiqué dejando la quijada en ello, entre frases motivacionales y chigadamadre variadas. Cuando terminé tenía el cachete agotado, calor, shock hiperglucémico y mucha, mucha risa. Me recompuse.
Volví al encuentro con el gobernador. Usé mi voz de radio, y la chispa en el ombligo que se siente al caminar con tacones. El rímel subrayó mi intención.
– Miranda Locadelamaceta, Don Gobernador. Muy buenos días.
Pude ver cómo un signo de interrogación se imprimía sobre su calva. Sí, soy la misma persona. No tengo un problema con eso. ¿Y usted?
Mi jefa apareció a los cuantos segundos, ella y el gobernador se fueron a su junta. El café y la paz conmigo me supieron buenísimos. A lo mejor fue porque ya no necesito sostener apariencias, ni justificar; quizás fue que la vergüenza no tiene lugar en esta etapa de mi vida.
5 junio, 2015 en 08:11
Soy porque existo, no por lo que hago, no porque aparente. Sólo por existir soy valioso.
Creo que Descartes estaría orgulloso.
8 junio, 2015 en 21:26
Oh, gracias. Sí, esa es la idea: ser porque sí, Aunque no sabemos si Descartes era alérgico al gluten.
25 mayo, 2018 en 17:49
Touché! Me encantó!!!!!! 😀
5 junio, 2015 en 09:10
¡Muy buena entrada!
8 junio, 2015 en 21:25
¡Gracias, Rubén! Te mando un abrazo.
20 abril, 2018 en 07:08
¡Qué escueto comentario el mío! Qué grosero. Seguro te leí entre mails del trabajo y cálculos de presupuesto y llamadas a proveedores.
En fin. Mi reino por haber podido escuchar esa carcajada – aunque la imagino muy bien. Fue un milagro (atribuible a la educación recibida de la madre y a algún regaño en la mesa de «si lo escupes, te lo comes otra vez») que no hayas bañado a Don Gobernador en una lluvia de migajas y pasitas. Hubiera dado para otra historia igual de memorable que ésta.
5 junio, 2015 en 12:13
Jajajaja. Sí, así nunca brillarás en sociedad. Punto, set y partido para las harinas procesadas. ¡Cómo me reí leyéndote! Por favor nunca te vuelvas una de esas oficinistas ultrafuncionales y superejecutivas.
8 junio, 2015 en 21:24
Nunquísima. Pero creo que mejor: prefiero la vida hecha a mano que el éxito en camino más transitado. Pd. Gracias por leer. 🙂
17 junio, 2015 en 11:19
Maravilloso.
18 junio, 2015 en 22:35
Gracia por leer, Orión. Te mando un abrazote.
23 marzo, 2018 en 20:17
¡¡ Bravísimo!! Me desternillé de risa…Amo tus letras y más que en tu vida no haya huequito para la vergüenza.
25 mayo, 2018 en 17:51
Jajajajajajajaja!!!!!!!!! Reí hasta las mismísimas lágrimas! Me dolieron el estómago y las mejillas de tanta risa!!!!!
GENIAL, eres genial, Miranda Locadelamaceta!!!!!!!!