Mi hija duerme junto a un muñeco de peluche y bajo algunos pósters con ojos que punzan. Duerme como cuando estrenó su ser en el mundo y oscilaba entre leche y arullos en vaivén o como después de nadar o como si fuera la cuarta noche después de tres con fiebre; sus pesadillas y transiciones aún no la despiertan de madrugada.
Mi hija tiene trece años. Me rebasa en estatura, en peso, en agilidad para hallarme avergonzante y en uso de la tecnología. Todavía se acuesta con la reticencia de un menor de edad profesional, pero una vez que cierra los ojos permanece en su termo de interioridad. Duerme casi diez horas; la diferencia con sus etapas pasadas es que ahora lo hace con fruición, arrebatando tiempo a la vigilia para ser todo lo que quiere hacer y, a la vez, dormir sin que el día termine ni empiece. La observo queriendo desvelarse, hibernar, ser vista y escuchada, dormir otro poco más. Observo su cansancio y sus batallas incipientes. La arropo con la colcha. Me cuestiono hasta qué edad uno deja de arropar a sus hijos, o de besarlos en la modorra o de consolarlos en sus terrores. La arropo otro tantito. Me arropo sola.
Mi hija duerme, y amanece. Un diciembre de esos de dormir y amanecer fui a zarandearla con cariño puntual porque
—Oye hija, se te hace tarde para ir a la escuela.
—Es que sí me quiero despertar, mamá, sólo que mi sueño tiene eco.
Su respuesta me hizo saber que su interioridad —con apps incluidas— le dictará cuándo abrir los ojos, y ya no su madre. ¡Celebro! Y desde la celebración, ambas descansamos para agarrar fuerzas; las batallas personales, sean de la adolescencia o de la maternidad, son un ciclo de sueño y sueños. Duermecrece, mi hija; me preguntocobijo. Las dos nos vamos acompañando en todas las noches de la réplica.
10 diciembre, 2015 en 14:53
No hay edad para dejar de arropar a los hijos =)
10 enero, 2016 en 12:07
Ni a los papás ni a los abuelitos. 🙂
17 diciembre, 2015 en 16:28
Bonito relato, supongo que nunca vas a dejar de arropar a tus hijas.
Le voy a preguntar a mi mamá si pasó algo así con nosotros. De mi sueño, lo único que recuerdo, que le preocupó a ella fue la ausencia: a los diez años yo dormía tres horas diarias.
29 diciembre, 2015 en 10:31
Que lindo texto… Me recordaste esta reflexión musical de Alejandro Filio: https://www.youtube.com/watch?v=QcAEB-OKYtc
10 enero, 2016 en 12:06
Uy, esa canción de Despierta es una maravilla de la complejidad entre los padres y los hijos. Y sus amaneceres.