Casi todos los domingos me siento en el sofá, enciendo la televisión y me pongo a llorar dos horas seguidas.
Considero que ese par de horas es una inversión y las dedico a ver películas tristes. Hay mucho material creativo en la tristeza, bien lo sabe el cine. Me instalo con un paquete de pañuelos desechables y ningún testigo. Emprendo, y soy entrada de diccionario:
Llorar. (Del. lat. plorare) v. tr. e intr. Derramar lágrimas. || Sentir profundamente). Ser pileta de enjuagar duelos y parque de no saber andar en patines; asistir al funeral de los proyectos vilipendiados por los monstruos personales y algunas entidades malcogidas, lamentar la llamita del propio sarcasmo, atravesar la Hora Azul de la XE ¿dónde estás?, plañir sobre la vía de los abandonos, gemir frente a la lepra de algunas decisiones. Sollozar, durísimo.
Si uno llora bien, se sigue. Cuando me doy cuenta, estoy llorando también por los males del mundo: los minúsculos, que se ven desde el espacio; los evidentes, que caben en todos los bolsillos. Nada soluciono, ni siquiera sé cómo nombrar esos males. Sólo quedo mormada, hipando y con más ganas de llorar. Es que a la tristeza le caben todas las tristezas. Engulle. Por eso casi nadie quiere irla a visitar. Como mi tristeza nunca se acaba no pasa una semana sin que vea, a través de los cineastas, zonas de derrumbe interno donde se esconde la tristeza; idéntica, pero no la misma.
Hay quien está pendiente de los índices en la Bolsa de Valores o de cuántos likes recibe en las redes sociales. Yo sólo puedo poner atención a lo que duele; me doy ese tiempo casi todos los domingos. El resto de la semana puedo reír genuinamente y, desde esa risa, también lloro. Insisto: si uno llora bien, se sigue. Ya no me siento fragmentada.
Me he invertido.
10 enero, 2016 en 17:24
Sollocemos…
11 enero, 2016 en 13:23
A mi me ha pasado en algunas ocasiones que llorar libera y sana el alma, hasta me da ideas para superar lo que me pasa.
Yo creo por eso puedo decir que soy genuinamente feliz.
17 enero, 2016 en 12:10
Yo lloro poco y nunca por historias ajenas.
Es frecuente que necesite force mi llanto para liberar la tristeza o que lo provoque mi terapeuta tocando sentimientos olvidados.
Nunca he intentado llorar con libros o películas tristes, ni siquiera con noticias de guerra, hambre o injusticia. Las primeras las veo como motivo de diversión y las segundas son motivo de actuar.
Supongo que algún día lloraré por lo que no hice de joven, mientras tanto sigo moviéndome.