Ella entró a la junta con unas Dr. Martens de tacón y sonaron —quedo y largo— las fanfarrias en mis ojos. Solicité ser parte de su equipo; no se parecía a nadie que la rodeara, tendrían que haberla visto en sí misma.
Se me hizo coincidir con ella en proyectos compartidos. Ojalá el tiempo durara más, nos hemos dicho, riendo, abriendo espacio en las agendas, trenzando poco a poco el hilo de la continuidad. Creo que tengo una amiga nueva. (Más fanfarrias).
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En cambio, tuve una amiga de uy, años. Juntas descubrimos que la vida era dura e injusta. —Suenan vidrios rotos—. Nos acicalábamos la tristeza con orgullo, con la lealtad de la compañía en la depresión. Porque éramos muy amigas. Tan amigas.
Nos separamos cuando descubrimos que éramos tóxicas, mutuas. La traicioné estando mejor sin ella. Ella me dio la espalda de la espalda. Por separado, descubrimos que la vida era pródiga y sabia. Ojalá el tiempo durara más, nos dijimos, mirando nuestras cicatrices con el derecho de romper la continuidad de lo que duele. Perdí a una amiga, me quedé sin ventanas.
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Y así, con la ilusión intacta como si tuviera nueve años y fuera el patio de recreo, o quince y pasara papelitos en clase, me emociono por esa amiga nueva y cuento las horas para verla otra vez. En simultáneo, mi amiga de años y yo hemos retomado el contacto con el corazón más sereno; el lodo antes agrietado y estéril ahora es verde porque eso elegimos para nosotras mismas, independientes, cuidando quién entra a nuestra vida. Todavía lloramos juntas, pero ya no de auto-compasión.
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Admiro a las mujeres libres. Quiero aprenderles cómo desafían los contextos con símbolos que ellas mismas curaron, cómo protestan sin reaccionar y de qué y desde cuándo, cómo desapellidan solemne de importante, cómo muerden a la depresión, si las ataca. Recorrer el museo de su estilo, las palabras que eligen para hablar acerca de sus cuerpos, de sus madres, de sus amantes, de la comida, del dinero. El grabado de sus huellas, los límites que ponen. Sus frases subrayadas. Su definición de éxito y de fracaso y de equilibrio.
Yo no sé si soy una mujer libre o no. Sólo sé reconocer a una cuando la veo y agradecerle que siga su camino, que me invite a seguir el mío. Sé, también, que nunca soy tan libre como cuando admiro, descarada, a otra mujer y nunca tan amada como cuando atesoro a mis amigas y ellas, las verdaderas, me invitan que enfrentemos nuestros encuentros y desencuentros como parte de un ciclo de crecimiento y elección mucho más amplio que nuestros munditos.
17 mayo, 2017 en 09:11
me encantó!
17 agosto, 2017 en 21:16
¡gracias por leer, Laura querida!
29 mayo, 2017 en 06:56
Espero que nunca me hayas considerado tóxica, como a tu amiga reencontrada.
Voy a pensar que únicamente nos tomamos unas inmerecidas vacaciones y que estaría bien volver a la vida normal.
Hace poco mi hijo me regaló un libro con fotos de mi vida e incluyó dos de Miami. Por algo será…
31 mayo, 2017 en 12:22
Nunca. Al contrario, eres una persona queridísima para mí. A veces las amigas se van de vacaciones. El abrazo de regreso es de algarabía. 🙂
13 noviembre, 2017 en 08:45
Y, a veces, los amigos todavía no saben que lo son, porque no se han encontrado todavía al otro lado de un café y una cerveza.