Caen las hojas.
¡Mira! El dedo apunta hacia abajo,
a los peciolos como antenas
pegando el oído de savia a suelo
para oír a las hormigas, a los hongos,
las pisadas, el runrún del tren.
¡Mira! El dedo apunta hacia arriba,
a los plazos entre las raíces y el cielo,
a las ramas como listones
haciendo el baile de las lenticelas
para aflojar los nudos, los nidos,
la ternura, el racrac del tronco.
¡Mira!
Hojas que caen, la alfombra
donde aprendemos que nada es para siempre.
¡Mira!
Caen, y nosotros a la mitad de este susto
¿y si no vuelve la primavera?
¿y la oscuridad es cada día más oscura?
Hojas que abandonan
–crujen con las pisadas, y las perdonamos —
A veces somos ellas, caducifolias,
cumpliendo nuestra palabra verde
hilvanada a los ciclos;
a veces somos el árbol desnudo,
preparándose para el invierno,
duelo anticipado;
y, a veces, sólo somos lectores
en medio de un paréntesis,
testigos de hojas caídas
y del relato de las flores y los frutos
que les siguieron,
los que pueden venir,
los que vendrán;
lectores pidiendo un abrazo al otoño,
a ver si así logramos ser
un poco más versados en el arte de soltar.
26 octubre, 2018 en 13:40
Bello, simplemente bello.