Es el cuerpo hecho casa en donde habita la serenidad. Vuelvo después de pasear mi cuerpo envuelto en el papel celofán de las teorías y a través de los vínculos, nombrando: desregulado, aterido, hipervigilante, detonadores, apuntando bien con el índice y los conceptos.
Mi recuerdo de ese viaje fue concluir que saber en papel no es saber en la piel.
Por eso, quizás, dije «basta» y me convertí en piedra y círculo y me hice agua. Y, confiando en la desmemoria, fui dejando tiradas las palabras grandes. Me quedé con las que me caben en la bolsa y en la mano: tocar, sentir, estar, respirar.
Ahora parece que salgo menos, que no me dejo ver. Desde aquí, es curioso, las ventanas están abiertas. En esta casa hecha cuerpo al fin estamos tranquilas, aprendiendo a confiar otra vez, comenzando por consultarnos a quién y cómo queremos tener cerca, qué sentimos con cada presencia, qué podemos cambiar, qué no.
Así que si te invito a mi casa en un abrazo, ten la certeza ciertísima de que vengo en paz de son.
Y si no te invito más, también.