Ayer hice un libro de cinco páginas y cosí las páginas con hilo amarillo. Amarillos eran los limones que me regalaron en mi oficina porque el árbol de la recepcionista es generoso desde 1952. Ese mismo año nació mi papá y ya voy pensando en los zapatos para bailar en su fiesta el año próximo. Proximidad la que siento contigo aunque vivamos lejos, los mapas a escala no aplican cuando se trata de querer mucho y bien. Mejor, todavía, es pensar en los pasillos de los mercados a los que un día volveremos, a su tan qué le damos, tan llenos de mercancía, y ninguna distinción entre suelo y techo. Te echo de menos. Y menos mal que las mañanas siguen mañanando aunque haya juzgado, hospital, examen o decisiones pendientes. Pende la luz a través de las ramas, tengo los pies en la tierra y la ventana en un segundo piso con vista a unos eucaliptos que mecen sus hojas que quieren ser plumas. Fuente es la de tinta azul que está llenando mis cuadernos con pensamientos que solo atestiguo, el cuaderno me escribe, y escribiendo dice que yo soy el libro, desparrafada, sin colofón que diga cuándo terminé de impresionarme, hecha canto, a salto de página, más entera de lo que creo y más fragmentada de lo que temo. Te muestro los renglones y tú —yo lo sé— caminas despacito alrededor de ellos, como pasando junto a los jazmines. Siempre pienso en ellos cuando pienso en ti y en lo que iba a decirte. Aunque no recuerde qué era.
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Salir del Invernadero
El Centro, experto en dictar cuál es el orden de todas las cosas, se encargó de hacerme saber, a lo largo de los años, que había algunas expectativas sobre mi modo de conducirme en la vida. La prioridad, dejó claro, es que no seas motivo de vergüenza. Después, que seas esposa hasta el último día de tu vida y madre que obedece al Centro: la que obedece, no se equivoca. Y la que no se equivoca, no avergüenza. Facilísimo. Mi profesión, como tal y de haberla, era lo de menos. Ah, y bajo ninguna circunstancia, alterar el para qué de los objetos; por ejemplo, sembrar una planta en una tetera. Y mucho menos si es de plata o heredada: se ha sabido de tías a favor de la anarquía que comenzaron así, con esos gestos domésticos.
—Oye, Centro, pero yo quiero escribir. Y no me siento segura ni feliz en este matrimonio. Y quiero criar hijas libres, mujeres en sí mismas. Y ¿ves esta ensaladera tan grande? Parece que pide tierra y raíces.
El Centro me preguntó qué parte de la prioridad no había quedado clara.
Entonces me enteré de una mujer que tenía tres apellidos, allá por mil novecientos cuarenta y tantos. Y que su futuro marido estaba desagusto con ese hecho porque cito: «ella parecía más que él». Ella —que, sospecho, también sabía de El Centro—modificó su nombre para ser una buena esposa. Uno de sus apellidos era Miranda. Así que cuando decidí inventarme un pseudónimo y obedecer la prioridad, tomé aquel nombre cercenado. De apellido me puse Hooker, por un disco que tenía cerca de mi escritorio y luego, con el paso de los años y de desmenuzar el para qué y el cómo y el dónde y el dentro de las casas y su vida diaria, muté a hacia Locadelamaceta. El no equivocarme, a decir del Centro, me duró poco pues decidí terminar un vínculo eterno con quien nunca quiso estar casado conmigo y me adentré en la crianza respetuosa de las hijas y a descubrir mi faceta profesional. Hice todo mal. Pero, al menos, no usaba mi nombre y la prioridad estaba intacta.
He escrito esta página desde 2006 hasta hoy. He ofrendado mis significados a quienes me honran con el favor de su visita, he hecho amigas y amigos muy queridos a partir de mis letras y de su lectura, he hablado de mis duelos más hondos y del viaje de maternidad, he intentado hacer poesía y repasado la parte de atrás de la prosa, he publicado y podcasteado y mostrado la perseverancia de mi corazón creativo. Y, en aras de no ser identificada y de traer deshonra a El Centro, jamás he podido firmar un escrito con mi nombre. El pseudónimo, que me protegía de las equivocaciones y de ser excluida, me convirtió en una niña perpetua viviendo en el relato de alguien más. Un retoñito que, además de todos los mandatos, no debía crecer.
Miranda Locadelamaceta me salvó la vida. Parpadeó mensajes en clave cuando yo no podía nombrar lo que vivía. Me mostró lo intrincado del proceso creativo, el placer de empezar y terminar un proyecto, la importancia de conectar y coincidir a través de los medios electrónicos, la gratitud inmensa de conocer en persona y tomarme un café con quien me lee, entregar un libro en la mano o por correo. La amo y siempre estará en mí. Somos una y la misma. A la vez, no me corresponde estar librando las batallas con las estaturas ajenas. E incluso, no podría quedarme quieta: soy más que una mujer que escribe. Y, por esa complejidad, el único mandato que me rige ahora es ir a donde el alma me llame por mi nombre, el que me corresponde, por derecho, para nombrar mis obras, incondicionalmente, y no sólo por la medida de mis aciertos o de la pertenencia a mi sistema de origen y que también, por salud mental y progreso en mi evolución como adulto, es indispensable dejar atrás. Sé que ustedes podrán hacer ese cambio de hábito y seguiremos acompañándonos y creciendo juntos, juntas.
Plena,
Michelle Remond
Brindis de cambio de año
La casa en silencio, un cuaderno. Un proyecto.
Ninguna garantía, excepto el llamado a cambiar de orilla y a nombrar. Creación aunque sea, todavía, de palabras de lodo. Sostener el hilo de la cometa que nos sostiene, el viento de las horas y los significados, olvidarlo de noche, retomarlo de día, en las primeras horas, todas las jornadas, los años que tome, con sus días bisiestos y la flojera que, a veces, prolonga su visita.
Un proyecto tan amado que devuelve la mirada como persona. Enamora, dice «Ven». [De nombre íntimo y propio, de oficio asignado por las ganas]. Ideas dispersas que revelan su filiación, tan egoísta frente al sufrimiento en las fronteras, tan hondo y hogar, de la paz que aporta. Descubrir que incluye mentores y brújula, alterar el orden de las certezas. Revisar notas solteras y descubrir un tema que insiste. Resistir la tentación de anunciarlo; sus bordes que cortan, su altura vaga, atravesar la neblina, sus esquinas olvidadas, sus recompensas íntimas, su falta de apellido. Reconocerse en él, desconocerse entre líneas.
Seguir-confiar-seguir. Seguir, y seguir imaginando. Seguir, a pesar de todo. Seguirle la pista entre renglones. Seguir y seguir, ese cincel; que se le noten los vestigios de la estación: el cansancio, la melancolía, el pago a la tarjeta, la tos, la pandemia. Seguir, crear, creer, estoy contigo; que vaya quedando bien, aunque sea más tosquedad que idea. Paciencia, caricias de edición. —Las ganas que se renuevan por el esfuerzo—. Seguir, hoy, seguir. Talacha y gozo. Seguir, el camino se va revelando. Seguir, siguiendo. Seguir, verbo terco y futurista, que la muerte nos envidie por tenaces.
Un proyecto, su semilla de perseverar. Y elegir la vida.
Escritoras.mx entrevista a Locadelamaceta
Reporte, hasta el momento, desde la Ciudad de México: jamás había reído, llorado y abrazado tanto en un viaje.
Y, para sumar motivos de gratitud, recibí el apoyo de escritoras.mx. Aquí va la entrevista que me hicieron. ¡Gracias a Cristina Liceaga y a su equipo por el apoyo a las mexicanas que escribimos!
Lista la segunda edición
¡Lectores!
Me es gratísimo compartirles la segunda edición de Usted & la Canción Mixteca: los textos recopilados de la versión inicial y algunos inéditos. Un relato sobre migrar y quedarse, de raíces y centros.
La portada es de Juan Carlos Chávez (@Genrus) y publicado por mi consentidísima Innovación Editorial Lagares. Está a la venta en Gandhi, El Sótano, Porrúa, iTunes, Amazon y Educal.
Gracias por su preferencia, por leer, por coincidir, por tantos años de vernos aquí. Los abrazo fuertemucho. Los llevo en mi corazón.
M.
De plataformas
Al ras del suelo, pacto con mi pié derecho: anda, inténtalo.
El pié dice que no, que yo ya tengo todos mi cuentitos bien delineados, intentarlo va en contra de mi marca personal; ya tengo suficiente con preguntarme cuál es mi lugar. Y encima ahora, ¿el riesgo de tropezar? ¿Y si pierdo el sitio que ocupo?
Insisto, anda. A regañaempeine, cruza la línea de las plataformas. No tarda el vértigo. Y tengo que elegir, siempre elegir, he de elegir, qué hago con el otro pié, el izquierdo. ¿Qué sabe que no sepa, acerca mis contradicciones? ¿Qué le cuento, al siniestro, de mis lados oscuros? En el umbral de mi, se me adelanta. Estoy parada en la orilla de mí misma, y me gusta. Hay mucho de elevación y vuelo de agudezas en esta decisión, me viene bien. No hay conflicto de intereses, al contrario: los amplío. Confirmo: mi lugar es donde quiero.
El reto seguirá siendo escribir descalza. Y con los tacones de quince centímetros que me acabo de comprar.
Apuntes post-presentación
Era sábado y hacía calor. A las cinco quince, un hombre puso las manos sobre mi cuello. En vez de ahorcarme -con la habilidad propia de los quiroprácticos– hizo girar mi nuca como si fuera a quitarme la cabeza, y luego siempre no. Mi cuello tronó como papel burbuja en ratito de ocio.
Abrí el envoltorio. Le tengo un cariño al color «Ala de Mosca». Tal y como suele pasar con los apegos descubrí, con el tobillo fruncido, que las medias no tenían licra. Fui una versión antigua de mí.
La experta en trenzas, trepada en un banquito, lazaba pelo y listón. Abrieron las puertas, entraron los pasos seguidos de sus dueños que buscaban una silla. El pincel de la boca, mi segundero. Lista, roja.
Lo que más me gusta de firmar libros es conocer a quien me lee y darle un abrazo; que la pestaña postiza izquierda se desprenda y me regale un sub-párpado y la gente no sepa si así soy de cerca, cubista, o es consecuencia de lo que escribo. Escucharme de 8 años, respondiendo qué iba a ser de grande, tropezándome con el flash y los tacones.
Durante la cena, esperé tras bambalinas. Me compusieron la pestaña. Perdí el hambre, pero sostuve mi teléfono. Alguien me mandó una felicitación por whatsapp: «Usted y todos sus hubieras», decía en caligrafía fucsia. Comenzaron los acordes de la Canción Mixteca. No lloré. Entré al escenario junto a Estela, una de las mujeres que más admiro. En medio, una planta sembrada en una ensaladera de plata. El lugar, latiendo. Extractos de mis frases, en las mamparas. Pósters con la portada. «Trecedejulio, la herida de migrar ¿cuándo se quita?, estas letras son mías, si soy una madre falible que sea con estilo». Ojos como luciérnagas. Mi madre. Mi mentor. Mis amigaexalumna. Mis talleristas. Una hija, tomando fotos. Una hija menor corriendo con una amiguita. Mi productora. Mi padre. El cónsul. Mis compañeros de Círculo Cultural. La gente querida que se tele-transporta con invocarla. Cien personas que no sabía cómo se llamaban pero me miraban. Estela subrayando que nunca fui Adelita, que migré a California para encontrarme conmigo. Yo, sintiendo, asintiendo, sonriendo, aullando, cerrando un ciclo de nueve duelos.
Un grupo tocó música de cámara y, al cabo de un rato, aparecí en el escenario otra vez. Compartí mi otra pasión y no solo leí mis textos: hice radio en vivo. Dí las gracias, todas. A la vida, al apoyo que me ha sido prodigado, a lograrlo sola estándolo sin estarlo. Me bajé del escenario, cubierta de aplausos calientitos, volátiles. Antes de quitarme los zapatos y colgar el traje de gala, hice una escala en el cielo y me comí un tamal de mole negro y un chileatole.
Pasada la presentación, me tocó refrendar mi compromiso con la escritura. A la par, mis lectores me hicieron saber que el libro les hizo gracia. ¡Albricias! Escribir ya tenía un sentido para mí; pensé que era acercar o coincidir, y vaya que lo ha provocado. Ahora sé que me invita a ir más allá de mis relatos: a registrar lo que parece no tener una conexión, a esculcar lo invisible dentro de lo que no hay, de quien no está, de lo que no se va, de lo que golpea y esconde la mano. Sí quiero, refrendo. Aunque no fue a propósito, si pude tomar el material de los cuatro años más dolorosos de mi vida y transformarlo en un objeto que ríe, mi compromiso es definitivo. Escribir, para sanar.
¿Hubiera? Ninguno.