Locadelamaceta

Cultivo letras, voz, y otras plantas de interior.


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Murmullo en noviembre

Por el año hecho de días y horas como minutos bordados.
Por el techo, la comida y el trabajo, presentes.
Por la salud como paisaje interior.
Por poder presentar nuestra ofrenda y recibir el alimento frente al trono de la risa loca.
Por recomenzar. Y los vasos con agua fresca.
Por cerrar la puerta sin culpa a vínculos que ya caducaron. Por los puentes que aparecen después del perdón. Por la valentía de aclarar el rumbo.
Por las dificultades que —hoy sé— trazan el contorno de las bendiciones.
Por la luz que proviene de amar y ser amada. Por la familia hecha de vínculos de respeto y amistad honda; la sangre es ya lo de menos.
Gracias. Es oración. Y fila de conga.


[Inspirado por un cuadrito en remate que mi abuela se encontró en una venta de garage. “No dejemos que la vida hecha a mano pase desapercibida”).


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De mí para ustedes

Tengo el gusto de ofrecer a ustedes y al otoño mi cosecha de este año: la presentación de mi nuevo libro y el lanzamiento de la editorial North Road Press.

Como siempre, como propongo, será un evento en pequeño y con quienes realmente quieran estar. Si es de su interés, pueden solicitar el enlace o el libro (o ambos) en mlocadelamaceta@gmail.com ¡Me encantará saber de ustedes! ¿Cómo han estado?

Gracias adelantadas por apoyar la publicación independiente y, sobre todo, por tantos años de coincidir. Ustedes son el sentido de estos esfuerzos. Los significados, por supuesto, son labor colectiva. Por eso: ojalá puedan asistir.

¡Un abrazo de letras desde California!

M.

Algunos comentarios sobre el libro:

Los mejores libros vuelan a tus manos cuando más los necesitas. Todas las letras de “De Renuncias y Huesos Salvajes” se leen con atención y se sienten desde el corazón. Como una plática entre buenas amigas la voz de Michelle es un bálsamo, comparte, abraza e ilumina el camino. — Adriana Martínez

Michelle Remond tiene la capacidad de conectar con sus lectores a partir del uso de la transferencia lingüística, encaminándonos por el valle de los significados y por la geografía de los sentimientos. Cada historia guarda un dejo de identidad con cualquiera de nosotros. —Themis Garza


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Abrazo de otoño

Caen las hojas.

¡Mira! El dedo apunta hacia abajo,

a los peciolos como antenas

pegando el oído de savia a suelo

para oír a las hormigas, a los hongos,

las pisadas, el runrún del tren.

¡Mira! El dedo apunta hacia arriba,

a los plazos entre las raíces y el cielo,

a las ramas como listones

haciendo el baile de las lenticelas

para aflojar los nudos, los nidos,

la ternura, el racrac del tronco.

¡Mira!

Hojas que caen, la alfombra

donde aprendemos que nada es para siempre.

¡Mira!

Caen, y nosotros a la mitad de este susto

¿y si no vuelve la primavera?

¿y la oscuridad es cada día más oscura?

Hojas que abandonan

–crujen con las pisadas, y las perdonamos —

A veces somos ellas, caducifolias,

cumpliendo nuestra palabra verde

hilvanada a los ciclos;

a veces somos el árbol desnudo,

preparándose para el invierno,

duelo anticipado;

y, a veces, sólo somos lectores

en medio de un paréntesis,

testigos de hojas caídas

y del relato de las flores y los frutos

que les siguieron,

los que pueden venir,

los que vendrán;

lectores pidiendo un abrazo al otoño,

a ver si así logramos ser

un poco más versados en el arte de soltar.

 


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Otoño como heraldo

Oye, otoño, entra con tiento. Demórate en acelerar los desprendimientos. Dile al viento frío que contenga su soplo, permite que los primeros dos días de noviembre sean impuntuales. Entreténte un rato con este clima de verano, todavía con lama y grillos: hay días largos que también preparan para la oscuridad.

No estamos para saltar montones de hojas secas ni para elegir el rincón de la sala donde vamos a poner la ofrenda. No tenemos cabeza para regatear el disfraz de los hijos ni para escribir textos complejos que hablen de otro tema que no sea reconstruir, estar alerta a los saqueos, volver a lo de todos los días. Entra con cuidado, ya ni el timbre suena igual.

Y, con la misma mesura, insiste en hacerte presente. Cesa la savia de aquello que terminó su ciclo, devuélvelo a la tierra. Danos el consuelo de la cosecha, de poder destinar un momento en el año para ver de frente en qué invertimos el tiempo y la atención. Arranca, amoroso y con gravedad, lo que sea caducifolio en nosotros. Y los lugares interiores de no volver.

Sé heraldo de una verdad natural ancestral que consuela a los humanos en tiempos difíciles: al mismo árbol que la vida impone quedarse sin nada, seis meses le brota la primera flor, prólogo de su fruto.

Entra quedito. A algunos nos duele el corazón.