Por el año hecho de días y horas como minutos bordados.
Por el techo, la comida y el trabajo, presentes.
Por la salud como paisaje interior.
Por poder presentar nuestra ofrenda y recibir el alimento frente al trono de la risa loca.
Por recomenzar. Y los vasos con agua fresca.
Por cerrar la puerta sin culpa a vínculos que ya caducaron. Por los puentes que aparecen después del perdón. Por la valentía de aclarar el rumbo.
Por las dificultades que —hoy sé— trazan el contorno de las bendiciones.
Por la luz que proviene de amar y ser amada. Por la familia hecha de vínculos de respeto y amistad honda; la sangre es ya lo de menos.
Gracias. Es oración. Y fila de conga.
[Inspirado por un cuadrito en remate que mi abuela se encontró en una venta de garage. “No dejemos que la vida hecha a mano pase desapercibida”).