Locadelamaceta

Cultivo letras, voz, y otras plantas de interior.


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Para mayo

Hace unas semanas, le hice esta pregunta:

—¿Qué vas a querer para tu cumpleaños en mayo, hija?

—Esa es una pregunta para mi yo de abril.

Me hizo pensar en mi yo de calendario. Sólo tengo bien ubicada a la yo de febrero que, cada año, se advierte que pronto llegarán los calores del clima apocalíptico y se promete comprar un ventilador con más potencia, y a mi yo de noviembre que se debate entre metáforas de hojas caídas y expectativas decembrinas que mi yo de diciembre ajusta con sensatez y presupuesto. Y a mi yo de octubre porque soy una romántica. Sé poco de mi yo de junio y la de julio suele pensar que el mes pasa muy lento o muy rápido. La de enero siempre tiene frío en las manos. Trabajar en escuelas y la maternidad hace que mi yo de agosto se ponga diligente en cuestiones de ya va empezar el ciclo escolar. He tenido pocas conversaciones con mi yo de septiembre.

Mi yo de marzo de 2021 está apenas procesando a mi yo de marzo de 2020 y, sumado a ese proceso, nuestra familia ha ido pasando por, creo, la prueba más enorme que nos ha tocado hasta el momento. Hablaré de ello cuando corresponda, quizás. Baste saber que involucra toda la valentía de la que podamos hacer acopio, degollar a un dragón en la oscuridad, el grito de guerra de exigir lo justo.

Baste saber que, por ese motivo, mi yo de mayo abrazará fortísimo a mis hija del cumpleaños, y a las dos, y las que somos y seremos después de este tránsito. Y celebraremos. Mi yo de abril hoy sólo piensa en eso: en celebrar, en el calendario habitado medio lleno o medio vacío, en estar vivas, en vivir para contarlo.


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Nos decimos una tarde

Ella dice que es un año. Yo digo que son nueve meses.

Ella dice que esto es irse-irse. Yo digo que es irse-incipiente.

Ella dice que, al volver, no será la misma. Yo digo que es la misma desde que nació.

Ella dice que va a buscarse. Yo digo que la búsqueda será su compañera.

Ella dice que estará confinada. Yo digo que por favor.

Ella dice que todo su equipaje cabe en una mochila en los hombros. Yo digo que sólo el visible y el que yo, tantas veces, me culpo.

Ella dice que dieciocho, ahora, que se acaba el mundo. Yo digo que la edad, los instantes y el apremio son más del mundo interior que de los imperativos.

Ella dice ¿quieres que hagamos algo? este es el momento, aprovecha, nos quedan dos semanas juntas. Yo digo, abrazándola, nunca me he separado de ti, ve a donde te lleve el alma, mejor distribuyo en caricias calmadas mi bendición de madre, grave, solemne; te celebro libre, lloro sin que me veas, no sé qué voy a hacer con tu ausencia.

 


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Letras para Tiempo de Encierro 7

El día cuando te llamaron aparte hacía poco que la bisabuela había muerto y repartían sus pertenencias. Te llamaron aparte y mayor, señorita. Y otros adjetivos asociados a bajar una escalera en un vestido ampón, ceñido, floreado, rosa. Tan responsable, te dijeron, tan apreciadora de lo que vale, tan digna de recibir este regalo. Le revisaste el copyright. 1901.

Pensabas que era un recetario. Resultó que se trataba de un compendio para el ama de casa: desde cómo quitar manchas de vino hasta cómo servir un banquete, todos los usos del bórax,  Administre Usted El gasto,  Normas de Etiqueta y Cortesía, cómo escribir una carta según la ocasión social, zurcido; y decenas de recortes del periódico, insertados en años posteriores, para complementar porque el mundo había cambiado, porque la grenetina es versátil, porque el bisabuelo no aceptaba comer sobras de un día para otro y había que disfrazarlas de platillo novedoso. Porque antes cualquier aspecto de la vida se remendaba.

Sabrías apreciar el regalo, a ti que te gustan los libros y lo que ocurre adentro de las casas, que siempre has sido muy modosita. Y, mira, el compendio tiene consejos de belleza y cómo elaborar cremas caseras para el cutis.  Los hojeaste. Reíste, y no te acompañaron en la risa.

Reíste —Ingredientes: semen de ballena—y tuviste que recoger del suelo los recortes y el libro, como dulces de la piñata del pudor. Reíste y te delataste, sexuada. Fue un momento francamente incómodo, la primera de todas las veces que decepcionaste. Reíste en nombre de las ballenas, los marineros con su frasco, pillines, la erótica de las sirenas.

A pesar de la incomodidad, recuerdas la entrega del libro como un regalo del regalo.  Con los años, apreciando lo que vale, supiste que si en una casa no hay espacio para las contradicciones y la irreverencia no cabe en el botiquín y la bobería no irrumpe con cuestionamientos, la comida es insípida y lo que se rompe no tiene remedio.

Sigues riendo.

 

 

 

 


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Una casa, 10.

Intrínseca en el español mexicano hay una manera de ver toda las cosas en el cosmos, pequeñas o grandes, como si fueran sagradas y estuvieran vivas. 

— Sandra Cisneros.

¡Mira nada más! Búsquete y búsquete, olvidada me tienes, como hilacho viejo. ¿Dónde andas?, ¿a dónde te fuiste?

Aunque agarres camino, yo sé cómo llamarte con tortillas palmeadas y el olor de huevo frito en manteca de cerdo, y café. ¿O unas enchiladitas? Huevo de gallina de patio, no vayas a creer que del supermercado. Es lo bonito: comer y decir, al final, «ya comimos». ¿Más bonito? Cantar los boleros del radio, y oír los partidos del futbol en amplitud modulada, siguiéndolos en la mente desde la tribuna junto a la bocina, gritar con el gol, que el cotorro te remede y luego se ría. Antes la gente cantaba más, en general. Y cuando se bañaba, uy, se tomaba su tiempo; no como ahora que nadie canta en la regadera, a lo mucho se dan dos que tres pasadas ahí donde te conté, y vámonos. El mundo era otro. No que ahora, ni se puede salir. ¡Válgame! Vive uno con el Jesús en la boca por tanto desfiguro, puras visiones que lo dejan a uno afectado y descompuesto. Y, en honor a la verdad, hay que decir las cosas como son: todo es culpa de la perdición, y no se diga los políticos. A esos hay que quemarlos en leña verde y ponerles un chayote de supositorio ¡y vieras cómo se componían de rápido!

Siempre sí queda retirado ese lugar a donde te desapareces cuando piensas las cosas. Se me figura que es lejecitos, que no hay quien te socorra ni se dé una vuelta para ver si amaneciste. Y está bien, así es como crece uno. Te llamo y a veces me dejas hablando sola. Y cuando me contestas es poquito, bendito, pero yo ni me acongojo. Sé que volverás. Por eso todas las mañanas salgo a barrer la banqueta. De tanto soñarla, ya hasta le hiciste un surco y por ahí baja el agua cuando llueve. Sí le dejo las hojas de liquidámbar, para que las pises y crujan con su quiúbole ocre en pedacitos. Quiero que quede bien chula, que la encuentres sin los sobres abiertos de las noches transcurridas.  Ladra el mentado animal del vecino, ¡anda tú, perro laberintoso!, y sigo barriendo.

Has de volver, volver, volver. Y cuando vengas, ¡se va a poner bueno el jolgorio! Traerás la cabeza trastocada de metas por cumplir, como si estrenaras ser una persona nueva. Sale, pues. ¡Puro Velrosita!  Déjame enseñarte que nada aparece de la nada, y cómo funciona la providencia: te señalaré, con estos ojos que un día se comerán los gusanos, cómo traes bien prendido a ti eso que es lo tuyo, lo tuyo, lo que nadie puede darte ni quitarte. Y lo bailado, lo estudiado, y las frases en español que le ponen cara y voz a escenas muy antiguas, como cimientos de ésta: tu casa del alma. Está muy bien que te retraigas y medites. Que, como quien dice, cada cual se ocupe de lo suyo, de su trastienda, de su parcelita de intenciones. Aquí siempre estás a buen resguardo y siempre son horas de llegar. Eres bienvenida, como si regresaras por primera vez.

No le eché llave al zaguán.


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Una casa, 7.

Querida casa:

Nos conocimos hace siete años. Te habían remozado la tristeza para que no quedaran vestigios de la mujer anciana que se despidió de ti, rumbo al asilo.  Yo llegué a ti como inmigrante: huyendo de algo que dolía, anhelando estar mejor. Me quité los zapatos —parte indispensable del contrato de arrendamiento y de los hábitos de esta zona de California— y me presenté contigo, descalza. Acaricié el espacio entre la estufa y el apagador, donde iría la cafetera. Asentí, queriéndote.

Nadie mejor que a ti le consta mi devoción por lo cotidiano, la felicidad que hallo en ser ama de casa. Te regalé toda la fuerza de mi treintena, mi ímpetu por la belleza, el equilibrio, el color y el orden, los rituales, Usted & la Canción Mixteca. Te consta, igual, que cuando estoy aullando por dentro, me pongo a limpiar.  Te regalé mi lamento, mi abandono, mi depresión, mi reclamo, mi llanto, mi súplica hasta que me quedé sin lágrimas, y todo eso que sólo tú atestiguaste.  La gente que me visitaba siempre te halló impecable.

Sé que sabes cuándo falleció la mujer anciana porque ese día florearon todas las camelias, antes mudas por la sequía. Y, coincidencia curiosa, ocurrió a la par que dejé morir la fantasía de tener motivos para volver a residir en México, y decidí cortar el último de mis asideros. Ahora sí, te dije: me quedo, tienes mi presencia total, renuncio a cualquier tipo de huida de la huida, estoy aquí y ahora. Todo eso pasó hace seis semanas. Pues bien, te explico las cajas que están en la sala, el material de embalaje, tanto movimiento: con la muerte de la viejita y de mi disposición de enamorarme, llegó un mensaje de texto con la notificación de la casera. Te van a vender, tuve que buscar otro sitio para vivir. Este es nuestro último fin de semana en ti y el primero de la primavera. Hoy di el depósito de tu sucesora. Está bonita y la calle se llama Norte, queda cerca de la parada del autobús 68, las hijas están contentas.

A veces, estar mejor se resume en el lujo de continuar, en esa sucesión de lugares por habitar, en los regalos que las casas nos hacen y que nosotros les hacemos, giros narrativos incluidos.  Tengo muchísimas ganas poner unas macetas hechas de argamasa y mosaicos rotos, en la entrada, como recordatorio de que la vida sigue aunque tome otra forma. Me gustan para brújula.

Te llevo en el corazón, 902 Villa Avenue.

Locadelamaceta.

Pd 1. Te dejo la marca en la pared con el registro de estaturas de mis hijas, y su infancia.

Pd 2. Me despides del cartero. Nunca logré que sonriera, el infeliz.