Caen las hojas.
Un día hecho de un año
dejan de aferrarse al ojalá que duremos hasta el invierno
y de ser venas de savia peciolada y correcta,
dejan que las manos del cambio operen de un tirón y las jalen hasta lo más bajo,
dejan de poner atención a leyendas de olmos intactos;
eligen saberse falibles, reemplazables, insulsas,
parte prescindible del paisaje.
Es lo natural.
Es el mejor día de su vida:
dejan de respirar, las muy zafadas,
dejan de comer, enamoradas de posibilidad.
Y caen hasta la tierra recicladora,
hasta el pasado de la próxima primavera;
abrazan las raíces del árbol, y todos sus contrastes.
Caen, las hojas.
Y hacen bien.