La casa en silencio, un cuaderno. Un proyecto.
Ninguna garantía, excepto el llamado a cambiar de orilla y a nombrar. Creación aunque sea, todavía, de palabras de lodo. Sostener el hilo de la cometa que nos sostiene, el viento de las horas y los significados, olvidarlo de noche, retomarlo de día, en las primeras horas, todas las jornadas, los años que tome, con sus días bisiestos y la flojera que, a veces, prolonga su visita.
Un proyecto tan amado que devuelve la mirada como persona. Enamora, dice «Ven». [De nombre íntimo y propio, de oficio asignado por las ganas]. Ideas dispersas que revelan su filiación, tan egoísta frente al sufrimiento en las fronteras, tan hondo y hogar, de la paz que aporta. Descubrir que incluye mentores y brújula, alterar el orden de las certezas. Revisar notas solteras y descubrir un tema que insiste. Resistir la tentación de anunciarlo; sus bordes que cortan, su altura vaga, atravesar la neblina, sus esquinas olvidadas, sus recompensas íntimas, su falta de apellido. Reconocerse en él, desconocerse entre líneas.
Seguir-confiar-seguir. Seguir, y seguir imaginando. Seguir, a pesar de todo. Seguirle la pista entre renglones. Seguir y seguir, ese cincel; que se le noten los vestigios de la estación: el cansancio, la melancolía, el pago a la tarjeta, la tos, la pandemia. Seguir, crear, creer, estoy contigo; que vaya quedando bien, aunque sea más tosquedad que idea. Paciencia, caricias de edición. —Las ganas que se renuevan por el esfuerzo—. Seguir, hoy, seguir. Talacha y gozo. Seguir, el camino se va revelando. Seguir, siguiendo. Seguir, verbo terco y futurista, que la muerte nos envidie por tenaces.
Un proyecto, su semilla de perseverar. Y elegir la vida.