Locadelamaceta

Cultivo letras, voz, y otras plantas de interior.


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La otra mudanza

No sé cómo (en verdad que, deja tú lo repentino: la carga de adrenalina resorteada que logró que consiguiera una casa en diez días, empacara lo memorable, lo simbólico y lo del diario pero olvidara la caja de tés y las especias, y me mudara en un fin de semana pero antes llegara a poner incienso porque quizás había energías dormidas, y ya entrada en gastos porque segurito había ácaros hibernando y, armada de mi aspiradora y de un polvo desinfectante, lavara las alfombras de tres recámaras de modo que pudiéramos llegar e instalarnos las tres, porque el papá va de visita y somos cuatro muy en familia y a veces se siente como si no nos hubiera atravesado aquel tsunami que nos desmembró, pero en las noches somos tres, siempre en la noche, siempre las tres, y yo vuelvo a tener miedo y los pocos años y la memoria de que alguien se metió mi casa, habrá sido un vagabundo norteado que la vio vacía, mis padres hicieron rodar los juguetes por las escaleras, huyó, pero el vagabundo y yo nos quedamos con la marca de la noche interrumpida, adrenalina suya sobre adrenalina mía a un lado de las cajas de cuidado con mi fragilidad sobre cajas de nada permanece del todo, mientras las hijas son una misma con sus teléfonos, hay arañas pero no encuentro el cable de la impresora y la casa respira, acoge, procesa, es puerta, ventana, umbral y cuadros sin colgar y tapetes que se desacomodan, carga de cambios de temer y tener, pantuflas, excusado con excusas) justo ahora que espero nada de quien me amó, ama o amará —salvo que limpie sus zapatos al entrar y devuelva la llave al salir—, vivo bajo un olmo. Comparto la vida con él. Y mis frases tienen algo de ramas.