Oye, otoño, entra con tiento. Demórate en acelerar los desprendimientos. Dile al viento frío que contenga su soplo, permite que los primeros dos días de noviembre sean impuntuales. Entreténte un rato con este clima de verano, todavía con lama y grillos: hay días largos que también preparan para la oscuridad.
No estamos para saltar montones de hojas secas ni para elegir el rincón de la sala donde vamos a poner la ofrenda. No tenemos cabeza para regatear el disfraz de los hijos ni para escribir textos complejos que hablen de otro tema que no sea reconstruir, estar alerta a los saqueos, volver a lo de todos los días. Entra con cuidado, ya ni el timbre suena igual.
Y, con la misma mesura, insiste en hacerte presente. Cesa la savia de aquello que terminó su ciclo, devuélvelo a la tierra. Danos el consuelo de la cosecha, de poder destinar un momento en el año para ver de frente en qué invertimos el tiempo y la atención. Arranca, amoroso y con gravedad, lo que sea caducifolio en nosotros. Y los lugares interiores de no volver.
Sé heraldo de una verdad natural ancestral que consuela a los humanos en tiempos difíciles: al mismo árbol que la vida impone quedarse sin nada, seis meses le brota la primera flor, prólogo de su fruto.
Entra quedito. A algunos nos duele el corazón.
21 mayo, 2018 en 07:09
«…hay días largos que también preparan para la oscuridad», «Entra con cuidado, ya ni el timbre suena igual.»
¡Qué maravilloso vivir en un lugar donde existe el otoño tan marcadamente! Migrar no tiene por qué ser siempre tan duro para el alma: también existen detalles como éste, que ayudan a preparar el corazón para un abrazo de chocolate caliente y pays de calabaza, de ofrendas y disfraces, de rass-rass-rass pisando hojas en la calle y de bufandas y suéteres calientitos.
Pero sí, que entre quedito. No vaya a ser.